jueves, 9 de mayo de 2013

(8-5-2013) Psicosis en la infancia. (I) ¿Puede un niño ser "paranoico"?


Para empezar: ¿puede alguien serlo? La cuestión del diagnóstico es compleja, ya que al fin y al cabo de lo que se trata, en principio, es de aplicar categorías que siempre quedan desbordadas por la riqueza, por los matices que se aprecian en cada caso, en lo que éste tiene de único e irrepetible (que por otra parte es siempre lo más fundamental).

Dichas categorías provienen de la psiquiatría clásica, antes de que los DSM empezaran una demolición cada vez más general y caótica de la clínica de lo mental. En cuanto al psicoanálisis, desde Freud, luego con Lacan, hubo un esfuerzo por fundamentar algunas de esas distinciones clínicas distinguiéndolas en tipos de síntomas, fundamentando sus evoluciones respectivas a partir de su lógica interna, y ello a partir de una idea fundada de causalidad propia de lo psíquico. Así, el psicoanálisis confirma la especificidad de las psicosis y, dentro de ellas, confirma igualmente diferencias a lo largo de un eje esquizofrenia/paranoia (dejamos aquí de lado otro eje, el que va de la melancolía a la manía) En este eje, en un extremo, se encuentra pues la paranoia, como forma delirante pura, de predominio persecutorio y con vivencia por parte del sujeto de un "sentido pleno" ("todo cuadra", "todo coincide"), y en el otro extremo la esquizofrenia, en la que el delirio o no existe o no es lo suficientemente eficaz como para llevar a cabo una restitución del sentido, el cual permanece para el sujeto como dolorosamente enigmático, mientras que una serie de fenómenos corporales tienden a ocupar el vacío de la metáfora delirante faltante o que no se sostiene. En cada caso concreto de una psicosis podemos en principio situar los fenómenos sintomáticos más o menos en algún lugar de esa escala, con todas las gradaciones, mezclas y variaciones imaginables. A pesar de todo, esta distribución resulta útil, descriptiva, explicativa y relativamente predictiva.

Ahora bien, tras agotar, de algún modo, la lógica de ese tipo de distribución estructural de los síntomas, construida a partir de la observación de casos en los que los síntomas tienden a presentarse de un modo claro, acentuado, predominantemente agudo (formas de la "locura" que interesó a la psiquiatría clásica), el psicoanálisis lacaniano, siguiendo una novedosa orientación de Jacques-Alain Miller, empezó a dirigir nuestro interés en 1998-99 hacia otro tipo de fenómenos psicóticos, más discretos, que tienen presentaciones no siempre claramente patológicas, en las que se aprecian modos de funcionamiento con soluciones singulares que parecen evitar el estallido de una sintomatología más clara y al mismo tiempo más clásica. Se trata de modos de funcionamiento, pues, que resisten a ser situados en los ejes de la psicopatología clásica y que llegan incluso a desafiar los criterios de "normalidad" y "patología".

En cuanto se ha dispuesto de criterios para considerar este tipo de funcionamientos "no normales" (para el psicoanálisis, no neuróticos), ocurre algo así, si se nos permite una metáfora, como con la materia oscura en el universo: no se ve, pero es lo que más hay. Como planteó Jacques-Alain Miller en su día, hay que reconsiderar el campo de la clínica a partir, no ya de los casos "extraordinarios" que dieron lugar a la clínica psiquiátrica, fundamentada luego por el psicoanálisis freudiano, sino a partir de los casos "ordinarios", complejos, con evoluciones no típicas, fenómenos variables que no tienen necesariamente la estructura del "fenómeno elemental" en el que Jacques Lacan encontró la clave de las estructuras psicóticas más típicas -- aunque, sin duda, luego extendió la operatividad de este concepto a formas de psicosis atípicas y discretas, con la diferencia de que en estas últimas el surgimiento de los fenómenos elementales no es seguido necesariamente un desencadenamiento o estallido de la estructura de la subjetividad, la "regresión tópica" que Lacan describió magistralmente en el caso del Presidente Schreber (cf. Jacques Lacan, "De una cuestión preliminar a todo tratamiento posible de la psicosis", en Escritos, Siglo XXI).

¿Y los niños? En los niños la cuestión es todavía más compleja en la medida en que todo lo que corresponde a la dimensión del desarrollo interfiere, modaliza, interviene de algún modo en los fenómenos, los síntomas, las construcciones del sujeto. Se podría decir, casi, que toda psicosis en la infancia es una "psicosis ordinaria", y es cierto que muchas veces la diversidad de síntomas y modos de funcionamiento (y además, ¿cuándo empieza lo uno y termina lo otro?) no se deja encuadrar en formas clásicas. Pero hemos dicho "casi"... porque si bien lo anterior es cierto, el eje esquizofrenia-paranoia tiene cierta validez también en la infancia, validez clara en una serie de casos, relativa en otros. Igual que en el adulto, encontramos en los niños con trastornos psicóticos un extremo en el que predomina el déficit del sentido, el déficit también de la construcción del yo, trastornos negativos y con predominancia corporal, y otro extremo en el que predomina un exceso de sentido, de naturaleza persecutoria, fenómenos predominantemente interpretativos y un yo estructurado, fuerte, de consistencia a veces megalomaníaca.

Aun así, la dimensión temporal propia de la infancia, las variables del desarrollo, el tiempo lógico al que están sometidos todos los fenómenos psíquicos, se conjugan de un modo sutil en las primeras etapas de la vida y varían en sus distintos momentos, ya que obviamente no es lo mismo un niño de 2 años, o de 3, o un niño de 5 años.

(Continuará en breve)