Reflexiones finales de un seminario sobre Donc, de Jacques-Alain Miller, en la Sección Clínica de Barcelona del Instituto del Campo Freudiano en España (curso 2014-2015)
Hace
unos días concluimos un recorrido un poco duro por la primera parte
del curso Donc
de
Jacques-Alain Miller.
En todo caso creo que vale la pena para poder ver, entre otras cosas,
cómo la cuestión de lo real va surgiendo en la enseñanza de Lacan,
no como un a
priori,
sino como una necesidad, una exigencia creciente, una consecuencia
que se impone luego al modo de una premisa para otros desarrollos
posteriores. Es desde dentro mismo de lo simbólico, a partir de las
nociones articuladas de necesidad y de imposible – y sólo la
lógica permite situarla de un modo preciso en el lenguaje – que la
categoría de lo real va definiéndose. Pero lo hace sin olvidar en
ningún momento la referencia concreta al dispositivo analítico, a
la pregunta: ¿en qué consiste un análisis, eso que pasa por un
cierto uso de las palabras, pero que no se conforma con la idea común
de que a las palabras se las lleva el viento? La pregunta es si las
palabras, o nuestro uso de las palabras, tienen hueso además de humo
– con esto parafraseo un título de Miller: “El hueso de un
análisis”1.
En
plan de chiste, hacíamos broma el último día con esa metáfora del
“pal de paller” – palo de pajar – que ha sido muy usada por
cierta facción política catalana, que quería hacer creer que sin
ella todo se hundiría, o todo se llevaría el viento. He aquí una
foto de un palo así, que sirve para que la paja no se caiga.
Para nosotros, le reflexión
sobre lo real no deja de ser cómo poder pensar una estructura que se
aguante, pero que al mismo tiempo sea capaz de tener en cuanta la
falta, la incompletud, la inconsistencia bajo todas sus formas, que
es lo que no dejamos de encontrarnos en la experiencia que nos
concierne.
Por
supuesto, en lo que hemos trabajado en este tiempo, no se ha tratado
de lo real como noción explícita, ni como concepto claramente
delimitado, sino de sus presupuestos, todo un trabajo que hace que la
cuestión de lo real pueda ser luego planteada explícitamente de un
modo específico para el psicoanálisis.
Destacar
lo duro en las palabras, también en el discurso, es, me parece, una
manera de poner de relieve el valor del título mismo del curso de
Miller, Donc,
que pone la implicación lógica, como formalización de un hecho
fundamental de la propia lengua, en la base de la indagación a lo
largo de un año de trabajo sobre cómo Lacan, en momentos sucesivos
de su enseñanza va redefiniendo el dispositivo analítico a partir,
en cada momento, de una definición del inconsciente.
El
recorrido que nos plantea Miller es muy importante, además de por
permitirnos situar la paciente génesis del concepto de lo real,
también porque nos muestra el origen y el desarrollo del concepto de
estructura en Lacan, que es inseparable de sus propias definiciones
del inconsciente. En efecto, el estructuralismo lacaniano, si se
puede decir algo así, no cae del cielo aprovechando una moda
intelectual, sino que su necesidad surge, casi se podría decir se
deduce, de un recorrido largo, que pasa por la dialéctica hegeliana
pero que encuentra en la estructura una vía de salida. En lo que
hemos podido hablar en esta parte del curso, podríamos decir que hay
un “entonces, la estructura” (o sea, un donc...)
En
suma, la cuestión de lo real y la de la estructura están
vinculadas. Estamos acostumbrados a relacionar la estructura con la
primacía de lo simbólico. Lo cual es en principio correcto. Pero
aun así, la cuestión de lo real es inseparable de lo que
caracteriza al concepto de estructura lacaniano: define sus límites,
pero en esta misma definición de los límites participa de su
construcción de un modo decisivo. Finalmente, simbólico y real
deben ser pensados siempre conjuntamente.
La culpa es de la
estructura
Me
preguntaba por qué puede resultar duro seguir ese recorrido y se me
ocurrió una respuesta: la culpa la tiene la estructura. Quizás está
un poco mal que le carguemos a ella todas las culpas, pero me parece
que es una excusa que tiene buena parte de cierto.
Hubiera
estado bien terminar con algo más ligero, digamos que con la
ligereza volátil del deseo, pero el peso de la estructura nos
persiguió hasta el final. Nos quedamos a las puertas del deseo, que
es precisamente lo que introduce – en ese conjunto de
constricciones lógicas, en esos muros que lo necesario y lo
imposible levantan en el corazón del lenguaje – un poco de aire
para que viva el sujeto.
Antes
de proseguir, me parece importante hacer una precisión. Hemos
hablado de lo real, en estos días, como imposible. Vimos como esa
dimensión de la imposibilidad no venía desde fuera, sino que surgía
en el corazón mismo de lo simbólico desde “El seminario de la
carta robada” cuando, como puro efecto de escritura, determinadas
secuencias de letras se tornan imposibles. Pero hay que tener
presente que ese real no es el único real en Lacan. Lo real como
imposible, que retorna como tal en una estructura de repetición,
ligado a una de las dimensiones que tiene la letra en el inconsciente
– desarrollada especialmente en “La instancia de la letra en el
inconsciente –, no agota la reflexión sobre lo real para Lacan.
Cuando Miller destaca, en la última enseñanza de Lacan, un real sin
ley, ya no estamos hablando de lo mismo. Lo cual no quiere decir que
no tenga nada que ver lo uno con lo otro, porque sin aislar el primer
real no se podría aislar el otro, y esto también supone todo un
recorrido, un recorrido largo y sinuoso. Con esto tampoco estoy
diciendo que sólo haya dos reales en Lacan. Se podría sostener que
hay tres.
¿Eso dura?
No
me acordaba el último día, pero hubiera estado bien citar parte de
un texto de Miller, transcripción de una conferencia, que está
publicada en español2.
Lleva
un título raro: “S'truc dure”. Por supuesto, es un juego de
palabras, basado en la homofonía que existe en francés entre lo así
escrito con la palabra francesa “structure”, haciendo que suene
“ce truc dure” – algo así como “ese asunto dura”. Si se
dice muy deprisa el resultado es casi perfecto. Como Miller comenta
(cito de memoria, estaría bien que lo comprobarais), el juego de
palabras se refiere a que eso de la estructura es un truco o una cosa
(en francés es ambiguo, porque “un truc” es tanto una cosa
cualquiera como un truco) que dura. Incluso especifica: hace ya
treinta años que dura. Si lo dice así, es porque en aquel tiempo ya
muchos habían considerado que la estructura había muerto con el
estructuralismo, a manos de lo que se llamó postestructuralismo.
Pero eso se resistía. Entre otras cosas, porque Lacan de algún modo
(casi) siempre fue “postestructuralista” en cierto sentido,
aunque sin tirar alegremente al niño con el agua de la bañera. Era
más serio.
Ahora
no tengo delante el libro de Miller, pero debe de hacer bastante
tiempo de eso, así que si antes hacía treinta años que dura,
ahora.... ¿haría cincuenta años que dura? Pero no, ya no dura, o
ya no dura de la misma forma. Y quizás ese es el motivo de que ya no
leamos igual esos textos, o esos seminarios. O, si los leemos, ya no
los leemos de la misma manera, no tenemos tanto cuidado por el
detalle en la lectura.
Por
ejemplo, estamos leyendo en el seminario del Campo Freudiano el
Seminario VI, El
deseo y su interpretación3,
pero en ningún momento se ha trabajado el grafo del deseo completo,
con todos sus detalles. Sí se han comentado detalles parciales, pero
no se ha explicado todo. Y esto es porque nuestra relación con los
matemas de Lacan ha cambiado. Sobre todo con los matemas de esa época
clásica, que ya nos parecen muy lejanos.
Hace
ya muchos años, en el seminario, seguramente algún docente, muy
ufano él, hubiera aterrizado con una representación completa del
grafo, quizás cuidadosamente dibujada en colores en una cartulina en
la mesa del comedor de su casa. O se hubiera pasado un buen rato
dibujándolo en la pizarra y se hubiera entretenido con todos los
matemas que lo rodean como cuentas de un rosario. Nos hubiera contado
que A no es lo mismo que ($◊D),
por qué luego aparece S(A/) y su diferencia respecto de s(A)... sin
olvidar que en un piso inferior campan discretamente m
e i.
Y se hubiera entretenido mucho con los vectores entre los que
aparecen con todo su encanto ($◊a)
y i(a) entre el primer piso y el segundo.
Sí
es cierto que ha habido algunos comentarios importantes al respecto
en el seminario, como cuando mostramos que Lacan, en la primera parte
del seminario, insiste en situar la relación entre el fantasma y la
relación imaginaria, que se traduce en posiciones homólogas en los
pisos intermedios del grafo. Aunque se hubiera podido insistir más
en esta homología, que permite entender muchas cosas del
funcionamiento del fantasma en la clínica – por ejemplo, hasta qué
punto es heredero de la estructura imaginaria del yo –, cosas que
Lacan puede precisar, puede escuchar, a partir de su matemas. Sus
matemas traducen una escucha, pero también la posibilitan.
Pero
bueno, eso ya no nos entusiasma tanto, lo damos por hecho y pasamos a
otra cosa... aunque, por supuesto, con el riesgo de olvidarlo, lo
cual supone el riesgo de ya no ser capaces de escucharlo. Y es que,
en realidad, ya no somos estructuralistas. No es un reproche, tenemos
razones para no serlo. Vivimos en un mundo muy post-estructuralista,
tanto tanto, que ya sólo es post.
Por eso tenemos que hacer un esfuerzo suplementario para ponernos en
una posición que nos permita entender mejor esos textos. Aunque
quizás sea imposible.
Entonces,
¿en qué consiste esta disposición para entender eso con lo que
Lacan se rompe la cabeza durante tanto tiempo en relación a la
estructura? Para empezar, que para él la estructura no es un
“modelo”, no es algo puramente formal, una construcción. Este es
un punto en el que ya insistía Masotta en sus cursos de lectura de
Freud y de Lacan4,
en los que unos cuantos nos iniciamos, en 1975, en la difícil tarea
de entender algo de los Escritos,
que entonces eran aquí una novedad.
Pero
aquello duró lo que duró, y nos hubiéramos quedado bastante
perdidos de no ser porque al cabo de un tiempo encontramos en la
orientación lacaniana de Jacques-Alain Miller, en buena medida
gracias a su sólida formación lógica, un hilo que nos permitía
situar mejor, entre otras cosas, esta problemática de la estructura
en Lacan, con la apuesta rigurosa de seguirla a través de toda su
enseñanza, sin dejar de lado ninguna de sus épocas y dando todo su
valor a sus transformaciones, desde el principio hasta el final, como
operaciones fundamentales, cada una de ellas. Y es así como se puede
ver que, en efecto, la estructura dura en Lacan, aunque tampoco para
siempre.
Hiperestructuralismo
La
estructura de Lacan tiene dos cosas que no tienen las nociones de
estructura de muchos estructuralistas. Por eso, en un libro muy
interesante5,
Jean-Claude Milner habla de Lacan en una cierta época como
hiperestructuralista. Este significa, dicho de un modo muy resumido,
que se trata de una estructura que se plantea a un nivel de
radicalidad que supone pensar dos cosas: 1) que el sujeto está
incluido ahí, es producido
por una estructura que tiene una acción real – “acción” de la
estructura es otra expresión de Miller6,
título de otro artículo, yo soy quien añade lo de real. 2) que
incluye la falta como un elemento fundamental, no como algo que
queda, simplemente, fuera.
Otros
planteamientos estructuralistas menos fuertes, en realidad hablan de
una serie de estructuras que tienen algo de superestructura,
constituyen un orden de formalidad cuyo papel causal es relativo,
restringido. Aíslan un campo de la realidad en el que se cumplen
ciertas leyes, con eso basta. Por eso, porque son una hipótesis
estructural restringida, no tienen necesidad de introducir la falta
como un elemento fundamental. Allí donde el formalismo no alcanza,
no pasa nada, queda fuera del campo. O fuera de campo, como se dice
en cine. Se dice entonces: “De eso no nos ocupamos”. Por ejemplo,
en el plano del lenguaje, se puede decir, si se es un lingüista, que
un hablante de tal lengua deriva sus palabras, construye sus frases,
aplicando ciertas reglas implícitas en el sistema. Si, no,
simplemente se equivoca. De acuerdo. ¿Y si resulta que es un niño
cuya lengua materna es el urdu, la de su padre el árabe, en el patio
del colegio los niños le hablan en castellano y en las clases en
catalán? O sea, cosas que ocurren hoy día, no es ninguna ficción.
La respuesta es: depende, depende de muchas cosas, como de su
relación con la serie de los otros... quizás incluso de los Otros
que tienen que ver para él con esas lenguas. Uno se pregunta, por
ejemplo: ¿en qué lengua, o lenguas, sueña ese niño? Y si los
“errores” no se salen del sistema, no están fuera de campo
porque no son no-cosas,
sino un tipo de cosas, esas que llamamos lapsus, ¿entonces qué
ocurre?
El
hiperestructuralismo de Lacan es mucho más radical que el
estructuralismo de los lingüistas, de hecho su estructura es una
“infraestructura”, tiene un papel causal fuerte, determina al
sujeto. Y como tal infraestructura, es constitutiva de su realidad.
En cierto modo, por lo tanto, no tiene exterior, o al menos no en el
sentido banal del término. Y precisamente por este carácter
inclusivo, no se puede decir, frente a un fenómeno determinado, que
ahí no se aplica una de sus leyes.
¿Quiere
decir eso? ¿Que esa hiperestructura es una especie de programa
rígido, como parecen ser a veces los instintos en los animales?
¿Como lo que hace que un perro, cuando orina en el asfalto, rasque
con las patas como si lo hubiera hecho en la tierra? No, para nada. Y
es que, precisamente, la estructura que estructura rígidamente, sin
falta, el comportamiento de un perro no es la hiperestructura del
lenguaje. Esta tiene como característica fundamental que en ella las
propiedades del lenguaje tienen efectos constitutivos para el
sujeto... pero uno de esos efectos es, precisamente, la Spaltung
freudiana,
la división, $,
una falta primordial.
Ya
que, en realidad, ¿qué ocurre cuando se extrae la crema de lo
simbólico, dejando de lado todo lo que normalmente lo acompaña, lo
emborrona? Que surgen sus límites: por ejemplo, los relacionados con
los descubrimientos de Gödel, que demuestran que un sistema no puede
ser al mismo tiempo completo y consistente. Precisamente cuando se
trata de formalizar un lenguaje al máximo aparecen sus límites,
surgen puntos en los que las paradojas son inevitables. Esto permite,
o exige – se puede decir de las dos maneras – introducir la falta
como un elemento intrínseco. Y también la dimensión de la
inconsistencia, con lo que esto supone de indeterminación
ineludible. Una gran paradoja: el funcionamiento mismo de lo
simbólico determina la indeterminación.
En
un funcionamiento formalista, se define el campo de aplicación de
una ley, entre un parámetro y otro que acotan un campo, y las
inconsistencias que se producen fuera de estos márgenes no importan.
Simplemente, se dice que la regla no se aplica y ya está. Para
nosotros esto no es así. El punto en que las cosas empiezan a fallar
no es una anécdota, sino lo más importante.
El
universo del sujeto se constituye así en torno a una especie de
agujero negro, que no se ve, pero que está ahí y produce sus
efectos. Esto es una metáfora, claro, pero está inspirada en algo
que no lo es. La dimensión de universo que tiene la estructura
lacaniana también tiene que ver con lo que Miller plantea en un
artículo suyo de hace mucho tiempo, titulado “U: no hay
metalenguaje”7.
Explicaré esto lo más brevemente posible. Plantea Miller la
paradoja que supone estudiar el lenguaje, porque no hay modo de
hacerlo que no sea a través del lenguaje, uno no se puede poner
fuera de él. El procedimiento de algunos lógicos – gente práctica
– para evitar inconsistencias es distinguir niveles de lenguaje.
Para interpretar un nivel de lenguaje, hay que ir a un nivel de
lenguaje superior, que se llamará metalenguaje.
Pero
Lacan, como destaca Miller, no se cansó de repetir: “no hay
metalenguaje”. Y planteó en más de una ocasión que su matema
S(A/) es equivalente a la tesis “no hay metalenguaje”. En efecto,
no lo hay porque no podemos salir del lenguaje para hablar de la
lengua, como quien observa la Tierra desde la Luna. Obviamente, los
lingüistas también hacen ver que pueden ignorar esa limitación,
por motivos prácticos: simulan que se van a la Luna y miran desde
allí. Crean un metalenguaje sobre la lengua, y hacen como si ese
metalenguaje no fuera lengua. Pero, finalmente, lo único que acaba
decidiendo es un recurso a la autoridad: la lingüística (que dice
cómo es la lengua) y la gramática (que dice cómo debe ser) no se
pueden separar nunca del todo.
En
el campo en el que ellos se mueven, esto, el uso pragmático de la
falacia del metalenguaje, no tiene muchas consecuencias negativas,
aunque sí tiene algunos límites que por ejemplo Jean-Claude Milner,
en un libro muy ameno titulado El
amor de la lengua8,
pone de relieve perfectamente. Pero en el campo del psicoanálisis,
cuando nos ocupamos del lenguaje a un nivel radical – como cuando
hablamos del inconsciente estructurado como un lenguaje – no
podemos asumir las convenciones que permiten a los lingüistas hacer
como si hubiera metalenguaje. Como nosotros nos ocupamos de lo que
para el sujeto constituye un universo, no hay manera de dar un
saltito fuera de él para ver la cosa más clara.
Gracias al síntoma
Mencionaba
antes “La carta robada”, puesta en posición preeminente en los
Escritos,
donde se
ve que lo que a Lacan le interesa es cómo lo simbólico, cuando
además de la palabra se introduce la dimensión de la escritura, o
de la lectura, que es el modo mínimo en que se plantea la suposición
de la letra – cuando un analista interpreta, es porque lee la letra
de lo que se dice – produce inmediatamente leyes en las que hay
cosas necesarias y cosas imposibles, cosas que no pueden decirse,
porque surge una ley que lo impide. Y esa ley no aparece porque haya
un agente externo, sino por efecto del desarrollo de las
consecuencias mismas del lenguaje, de la letra que hay en la palabra:
el funcionamiento de lo simbólico general su real.
Ahora
bien, nada de esto pasaría de ser un entretenimiento si ese real que
podemos situar a partir de una formalización no estuviera presente
en el corazón mismo de la clínica, si esa relación del sujeto con
el lenguaje, entendida como relación constitutiva y constituyente,
no produjera formaciones particulares y específicas para cada
sujeto. Eso es lo que interesa a Freud y tras él a Lacan: las
formaciones del inconsciente, a pesar de no cumplir en algunos puntos
la lógica común, tienen su propia lógica. Y esto no ocurre
únicamente en los sueños, sino que también, y sobre todo, ocurre
en los síntomas.
Las
propiedades lógicas de los síntomas son las que hacen que haya
constancia, repetición. Por eso los síntomas tienen gran parte de
responsabilidad en que las personas sean en gran medida las mismas a
lo largo de sus vidas, y que si consiguen cambiar algo, es con mucho
esfuerzo. En realidad, lo que llamamos la “identidad” de alguien
tiene mucho que ver con sus imposibilidades que se repiten. Porque,
en efecto, lo más real de una persona es su síntoma.
Ahora
bien, gracias al síntoma, nuestro hiperestructuralismo lacaniano se
vuelve más interesante. Porque en él empieza a emerger con mucha
más fuerza la doble cara de los imposibles que hacen “duro” lo
simbólico. Como habíamos visto, hay lo duro de la determinación:
“si esto, entonces lo otro”. Y es cierto que en los síntomas,
sobre todo en los síntomas obsesivos, se ven en carne y hueso, por
así decir, estas relaciones de implicación. “Si A, entonces B”.
Y no hay que olvidar que esto se podría traducir como: “Si A, es
imposible que no B”.
Pero
hay otro lado de lo imposible, que es más discreto, aunque no menos
importante, y que está presente en las formaciones del inconsciente
– Freud la aísla perfectamente en los sueños, en lo que llama “el
ombligo del sueño” – y podemos decir que en los síntomas eso
alcanza su grado superior, su excelencia, en cierto sentido. Se trata
de que toda esa maquinaria lógica parece funcionar en torno a un
vacío, una falla, no puede simbolizarlo todo y se pone a dar vueltas
en torno a eso imposible de simbolizar. Todo un enjambre de
determinaciones parecen rodear una indeterminación fundamental. Y lo
que resulta increíble es que esa indeterminación parece tomar
cuerpo, forma. Esto es el síntoma, nuestro ∑.
Dicho sea de paso, una de las formas de entender eso que decimos del
síntoma, que es “acontecimiento de cuerpo”, se refiere a este
“tomar cuerpo” del que estamos hablando.
Podríamos
representar eso diciendo que “Si A entonces B”, también implica
otras cosas. Implica que no C... pero tampoco D, ni E.... Ahora bien,
resulta que este “ni C ni D ni E...”, en vez de desaparecer pura
y simplemente, no se queda tranquilo, sino que insiste, se define, se
repite, toma forma... de modo que, al fin y al cabo, la repetición
de “A entonces B” parece ser más bien secundaria respecto a todo
ese cortejo de “nis” que se ponen a dar la lata y acaban
constituyendo el núcleo mismo del síntoma, su lado de fracaso en la
simbolización, el lado de límite de la determinación, una
indeterminación que genera un tipo de determinación más férrea,
aunque más difícil de ver que cualquier otra, porque es
esencialmente negativa.
Vemos
entonces que el tipo de real que destaca el síntoma es ya más
complejo, porque pone de relieve los límites de la determinación
simbólica. El síntoma da cuerpo al “no hay metalenguaje”.
Muestra que ese “no hay metalenguaje” no es un límite difuso, un
no
man's land
donde, como lo simbólico deja de funcionar, cada uno puede hacer lo
que quiera. Donde no hay metalenguaje, no es que no haya nada, sino
que hay ∑.
Lo
real del síntoma es algo organizado con
lo simbólico, pero no por
lo simbólico, en torno a un agujero en lo simbólico mismo, en torno
a una repetición que siempre tiene dos caras: repetición de algo y
repetición de nada (el imposible, lo vedado por la repetición
misma, que no deja de repetirse como fallido).
Historia de la estructura
A lo largo del repaso que
hicimos de las modificaciones en la enseñanza de Lacan hasta finales
de los años 50 – sobre todo por la lógica misma de su seminario,
que implica una puesta en cuestión contante, un esfuerzo por ir más
allá de lo obtenido – pudimos situar un punto importante, que es
cuando se pasa de la carencia en lo simbólico como propia de las
psicosis, a una generalización de esa carencia. O sea, pasa de ser
contingente a estructural. Esto lo pudimos situar sobre todo entre el
Seminario III y el IV, en lo que el caso de Juanito tiene un papel
fundamental.
Durante esa época, se diría
que las cosas se aceleran, esa carencia va tomando su dinámica
propia, exige una constante redefinición de los términos. Pudimos
ver que ninguna de las definiciones que dan se sostienen de un modo
demasiado estable, en tres años los cambios son muy importantes. Y
en efecto, esto no es sólo un problema de la teoría, es un problema
más general: ¿Qué permitiría que las cosas se sostengan, a pesar
de que la misma estructura esté habitada por la falta, por las
imposibilidades, por la imposibilidad de encontrar una identidad
estable en ningún elemento? Si el objeto está habitado por la
falta, si el sujeto está marcado por la Spaltung,
si el Otro también está tachado... ¿qué se sostiene? ¿Qué puede
definir un funcionamiento “normal” o al menos constante?
Es
cierto que ya hemos planteado la constancia del síntoma, y esto hace
que se convierta en serio candidato a única referencia sólida. Pero
el problema es entonces para la estructura, que cada vez se ve menos
en qué se sostiene y si ella misma sostiene algo. Claro que más
adelante Lacan llegará a decir que la estructura es (sólo) el
síntoma mismo. Pero no podemos llegar a esta solución sin pasar por
las tribulaciones de la estructura, que duran lo suyo. Resulta que
apenas formalizada la noción de estructura, parece que empieza a
tambalearse a partir de sus propios presupuestos, aunque Lacan no
deja que se caiga así como así.
Durante
esa época de la que nos ocupamos, Lacan está constantemente
deconstruyendo cosas. Mientras que otros hablan de la relación de
objeto como algo evidente, él va y la deconstruye (Seminario IV). La
deconstruye como ideal global, pero también los elementos que
supuestamente la compondrían. ¿Es evidente el padre? No, en
absoluto, es una función, también se puede desmontar. ¿Lo es la
madre? Tampoco. En fin, que todos y cada uno de los elementos están
marcados por una falta que los hace relativos, substituibles,
variables de funciones. Todo ello supone formas variadas de vacío:
como dijimos un día, cada elemento está afectado por su ∅.
Entonces que lo que da una estabilidad a la estructura no parece ser
ninguno de sus elementos aislados.
¿Cómo
evoluciona pues en esos años la noción de estructura, desde el
Seminario III hasta el Seminario VI, por fijar unos límites
temporales aproximados? ¿En qué se sostiene cada una de sus
versiones?
En
la época (breve) de la supremacía absoluta de lo simbólico, sí
parecía que algunos significantes fundamentales podían constituir
un eje sólido. Esto se ve de un modo sencillo en el esquema L. Luego
se vuelve más complejo, aunque compartiendo aún los mismos
presupuestos, en el esquema R,
donde los elementos del triángulo simbólico serían los que dan
estabilidad a la estructura.
Por
eso en “De una cuestión preliminar a todo tratamiento posible de
la psicosis” cuando el elemento P, correspondiente a la función
del padre, que constituye un vértice del triángulo simbólico, está
afectado por la forclusión, que Lacan escribe P0
,
entonces la estructura se queda sin su esqueleto y se deforma. Y en
efecto, el Esquema I,
que representa el proceso de restitución psicótico, a partir de la
“regresión tópica al estadio del espejo”, es una deformación,
incluso podríamos decir una anamorfosis9
del esquema R. Esto verifica que hasta ese momento Lacan
pensaba que la columna vertebral de la estructura eran elementos
simbólicos, entre los cuales el significante del Nombre del Padre
tenía un peso muy importante, decisivo.
Pero
la estructura tiene que cambiar a partir de las consecuencias del
caso Juanito, de las que ya hemos hablado y pudimos tratar en
detalle. Por eso, inmediatamente después, en el Seminario V,
asistimos a la introducción de una nueva versión, que es el grafo,
el cual se va a desarrollar luego en el Seminario VI y alcanza su
punto culminante en el escrito “Subversión del sujeto”, donde el
elemento que se destaca es el matema S(A/).
A
partir de en este momento – con la generalización de la carencia,
que a la larga introduce una especie de forclusión generalizada
cuyas consecuencias se irán desprendiendo en momentos sucesivos –
esa falta tenderá a ocupar el centro del sistema... y
paradójicamente, como veremos, como lo más sólido, lo más duro de
la estructura. Pero esto no exige un paso más. Esta revisión de la
estructura necesitará ir más allá del grafo. Se trata del algo que
podremos situar en los Escritos
desde “Subversión del sujeto” hasta “La ciencia y la verdad”,
donde aparecerá toda la formalización del objeto a
como vinculada a ese vacío central que constituye S(A/).
Pero
vamos a detenernos un poco en la época en que la elaboración de la
teoría gira – nunca mejor dicho – en torno a esa versión de la
estructura que es el grafo. Nos interesa especialmente, porque
concierne al tema que se está trabajando este año en el Seminario
del Campo Freudiano.
La época del grafo del
deseo
En toda esta historia, el
tiempo que va desde el seminario V hasta el escrito “Subversión
del sujeto” es decisiva, porque allí surge una nueva forma de
pensar
la estructura – no sólo una versión
de la estructura. Se empieza a hacer énfasis en la idea de
topología. Y si bien, cuando se habla de topología en Lacan, se
suele pensar en elaboraciones posteriores más sofisticadas (la banda
de Moebius, los nudos, etc.), lo cierto es que él piensa el grafo
como una de las primeras aplicaciones sistemáticas en su enseñanza
de la noción de topología. También lo había sido, aunque más
discretamente, el esquema R.
Pero ahora nos interesa ver, sobre todo, qué es lo que conduce desde
el esquema R
hasta el grafo, en tan poco tiempo por otra parte. Se trata de ver
cómo la topología pasa de ser un elemento añadido a la reflexión,
a ocupar un lugar central en ella.
En
este sentido conviene buscar sistemáticamente las referencias a la
topología en los Escritos,
porque de hecho hay bastantes.
Conviene hacerlo para abandonar la idea, muy equivocada, de que la
topología es una preocupación tardía en Lacan. Para nada es así,
se trata de algo que aparece relativamente pronto, y que adquiere
formas muy diversas. Toma fuerza progresivamente a partir de finales
de los años 50 y a lo largo de los 60. Por eso aparecen
observaciones relativas a la topología en notas puestas a posteriori
al pie de algunos escritos relativamente tempranos, pero en la parte
final de los Escritos
ya empiezan a incorporarse referencias explícitas e importantes en
los mismos textos.
En
todo caso las notas tienen todo su interés, porque en ellas se ve
cómo Lacan relee
en clave topológica cosas escritas anteriormente. En este sentido
hay una particularmente interesante, añadida a pie de página de “El
seminario de la carta robada”. Llama la atención que cuando en
este escrito se refiere a las series que construye, fundamentalmente
series de 0 y de 1 agrupadas en paréntesis, que introducen efectos
de ley y de imposibilidad, etc., en nota al pie leemos: “Por eso
hemos introducido después una topología más adecuada”.
Esto
es fundamental. O sea, allí donde las relaciones lógicas entre
letras no alcanzan, allí donde no basta con la lógica del
significante, es preciso otro nivel de la cuestión y es ahí donde
entra en juego la topología, la estructura definida como una
relación entre lugares. Se trata de funciones, pero en las que la
dimensión de lugar es crucial.
Para
completar esta perspectiva sobre la emergencia de la cuestión de la
topología en los Escritos,
os doy una serie de referencias rápidas en un anexo que añado al
final.
Por
lo pronto, nos conformamos con destacar que desde la época del
seminario IV hasta el seminario VI – todo ello escandido por
escritos que van comentando y condensando las temáticas tratadas en
los seminarios – va tomando una fuerza creciente la idea de una
topología como recurso necesario para situar la estructura. La
primera tentativa, como ya hemos dicho, es el esquema R.10
En
la introducción de este esquema en “De una cuestión preliminar”,
Lacan plantea claramente el paso de la estructura pensada en el plano
sólo del significante, a una dimensión “espacial”. Así lo dice
en el punto 5 del capítulo III de ese texto: “La puesta en
cuestión del sujeto en su existencia tiene una estructura
combinatoria que no se debe confundir con su aspecto espacial. A este
título, es ciertamente el propio significante el que debe
articularse en el Otro, y especialmente en su topología de
cuaternario”. O sea, hay que pasar del Esquema L al esquema R,
para mostrar que eso tiene una topología. Sin embargo, los elementos
con los que se construye ese esquema topológico no dejan de ser aún
una combinación del estadio del espejo con el Edipo freudiano,
releído estructuralmente. Todo depende demasiado aún de esa versión
de la estructura que es el Edipo. Por eso el desmontaje del Edipo, a
partir de la generalización de la carencia, reclama una versión
diferente de la estructura. Y eso será el grafo.
Pero no
hay que creer que el Edipo se volatiliza así como así. ¡Por el
contrario, se resiste mucho! Por eso Lacan, al mismo tiempo que está
empezando a desarrollar el grafo, que es lo que permite ir más allá,
está empeñado en meter en él como puede los “tres tiempos del
Edipo”11,
dando lugar, por cierto, a los capítulos más pesados del Seminario
V. Es un intento por hacer cuadrar algo de una época en lo que ya
empieza a ser la siguiente época. Resulta muy laborioso y no tendrá
continuidad, aunque por supuesto algo queda, tiene su validez
clínica. Pero el grafo se impone y eso acaba implicando que los
términos del Edipo ya no forman parte de la estructura misma. En
efecto, ni la P ni la M del esquema R
perduran en el grafo, desaparecen por completo en su versión final.
¿De
qué se trata, pues, en el grafo del deseo? Quiero introducir esto
con un término que quizás sorprenda, pero que me parece
fundamental: dinámica. Me remito a una de las menciones de la
topología en los Escritos,
que
he añadido al final como anexo. En una de ellas, extraída también
de “De una cuestión preliminar...”, leemos: “Pero esta
topología, que está en la línea inaugurada por Freud, cuando se
puso, tras haber descubierto con los sueños el campo del
inconsciente, a describir su dinámica...”
La
dinámica es un término de Freud, seguramente les suene que él
diferencia el punto de vista metapsicológico, el dinámico y el
económico. La metapsicología es un término que en Freud funciona
hasta cierto punto como el de estructura, y que por otra parte es
inseparable de lo que llamó sus dos “tópicas” (la primera:
inconsciente, preconsciente, consciente; la segunda: yo, ello,
superyó). En la cita que acabo de destacar de los Escritos,
Lacan vincula su idea de la topología a Freud, y se refiere a que
para éste hay cierta idea del aparato psíquico, que es como un
campo
– subrayo este término –, el “campo del inconsciente”. Ahora
bien, añadir a esta alusión a la topología freudiana la idea de
dinámica es muy interesante, porque en verdad el grafo es una
versión dinámica de la estructura, basada en vectores que definen
recorridos.
¿De
qué se trata en estos recorridos? De la cuestión del tiempo, para
empezar. Esto nos remite a cosas anteriores en la misma enseñanza de
Lacan, como la distinción y al mismo tiempo la articulación entre
sincronía y diacronía. El tiempo es un elemento importante, nunca
se puede eliminar, incluso puede decirse que es lo más real. Y si en
lo que nos ocupa, que es el sujeto del lenguaje, el tiempo es
fundamental, éste es por fuerza un elemento inseparable de la acción
de la estructura.
A un nivel más clínico, me
parece que la idea de la dinámica que Lacan introduce en su idea de
estructura tiene que ver con lo que veíamos, por ejemplo, en el caso
de Juanito. Su lógica de caucho ponía en juego una combinatoria
siempre incompleta, y esta misma incompletud reclamaba una nueva
combinación de términos, y así sucesivamente. Hay, pues, una
dinámica especial de la estructura pensada como combinatoria animada
por una falta central, animada por su propia imposibilidad.
Esta idea me parece que es
constitutiva en el grafo, lo anima en cada uno de sus elementos,
pasos, recorridos. Lacan se dedica concienzudamente a situar en cada
punto, en cada elemento, el punto de incompletud o imposibilidad que
reclama pasar a otra cosa. Empezando por sus primeros desarrollos, en
el Seminario V, cuando todavía se trata más del grafo de la demanda
que del deseo, ya que esto se destaca después. Y para empezar, Lacan
se dedica a situar las paradojas, las imposibilidades que surgen en
la relación del sujeto con el Otro de la demanda. Esos puntos de
dificultad son los que descompletan al Otro y lo hacen pasar a un
piso superior, donde ya se trata de la relación del sujeto “en
fading” ante los significantes de la demanda, y así sucesivamente.
Pero no se trata solamente del
desmontaje de ese Otro y el efecto de fading del sujeto. El secreto
del grafo es que la falta se configura como un vacío que está en su
mismo centro: de hecho todo él se puede pensar como rodeando un
vacío, el que se abre entre el primer piso y el segundo, pero que
finalmente el vector que va hasta I(A) rodea por completo. Ese vacío,
pues, ocupa un lugar topológico, no sólo están en juego las
cualidades respectivas de los elementos de la combinatoria
significante, cada uno de ellos afectado por una falta, sino también
y sobre todo sus lugares rodeando ese espacio de en medio.
Al escribir el párrafo
anterior he tenido la tentación de poner, en vez de “vacío”,
“agujero”. Pero he tenido que contenerme. Porque no se trata
todavía de agujero, precisamente. Un vacío no es aún un agujero,
para eso hacen falta bordes. Y esto es lo que todavía no está
definido en el grafo.
Y
es que si se trata del “grafo del deseo”, esto es precisamente
porque el deseo consagra la función de un vacío – la falta, etc.
– en el centro de la economía psíquica, una indeterminación. Eso
es lo que corresponde a la definición negativa del deseo: no
es la demanda, no
es algo determinado por el Otro, no
tiene nombre... Se podrían ampliar sus determinaciones negativas. Se
trata de algo que queda del lado $
del deseo, de su lado pura falta. O sea, en suma, de la Spaltung
misma como un real con el que el sujeto tiene que hacer algo, y lo
que hace es ante todo ese recorrido mismo descrito por el grafo.
El
problema entonces, como se ve, es que el deseo queda demasiado
indeterminado, y Lacan tiene que profundizar en la estructura del
fantasma como lo que, a pesar de todo, lo determina en parte, al
menos lo enmarca. De ahí la otra cara de la moneda, que es la
aparición en el mismo grafo de la fórmula del fantasma. Pero de
momento, en la introducción del fantasma (primera parte del
Seminario VI) se trata del emparejamiento del sujeto de la Spaltung
con un objeto imaginario, que todavía no es central. En efecto, en
el grafo del deseo lo central es el vacío constitutivo del deseo,
mientras que el objeto del fantasma, en tanto que es imaginario, no
ocupa ese lugar, no es central – no es el eje de la estructura, ni
su centro.
Ahora
bien, a lo largo del Seminario VI, a medida que la función del
fantasma se desplaza desde aquel elemento imaginario y lateral hacia
la idea de una función más fundamental, dando lugar así a la
noción de “fantasma fundamental”12,
esa topología va a tener que cambiar de nuevo. En efecto, el vacío
central, la acción real de la Spaltung,
se va a combinar, en el corazón de la estructura, con un objeto
a
que ya no es puramente imaginario, sino que incorpora algo real. En
este momento, el grafo del deseo ha alcanzado su límite y, una vez
más, se requiere otra representación, otra definición también de
la estructura.
Una estructura con agujero
Esta
nueva definición de la estructura se esboza ya, como anticipábamos,
en la nota al pie que Lacan añade a posteriori a la presentación
del esquema R en “De una cueestión preliminar”. Ahora el
esquema R tiene otro valor, incluso sirve para apuntar a un
más allá del grafo del deseo. Se ve entonces que lo que era un
vacío ha adquirido la estructura de un agujero, ya que ahora se
pueden definir sus límites, su borde. Este concepto es decisivo,
porque con el recurso a la banda de Moebius se podrá pensar de una
forma más precisa esta estructura en la que el objeto a
ocupa un lugar central13.
Pero no hay que olvidar que este objeto a
es la forma de un vacío. De ahí la insistencia de Lacan, a partir
de ese momento, en pensar el borde constitutivo de ese agujero.
Hay
que tener presente en todo momento que no se trata de simplificar y
creer que ya hemos atrapado la cosa de la que se trataba, que ya está
todo resuelto: ¡Ya hemos atrapado al objeto a
por las orejas! En absoluto, porque Lacan no cesa de interesarse, no
por “el objeto en sí”, que en realidad no existe como un ser
estable o como un ente, sino en cómo se construye, cómo se produce
constantemente. De ahí que lo más importante sea cómo se piensa el
borde que lo constituye.
Lacan
dedicará mucho tiempo a eso, a cómo se sitúa, como se piensa,
también en como se aísla, y sobre todo a cómo se produce
en la cura. Esto implica también qué dinámica se puede pensar a
partir de esta nueva definición de la estructura. En efecto, tal
dinámica ya no será la del grafo, sino que será lo que en el
Seminario XI Lacan describe como el recorrido del “ocho interior”,
que es un modo de pensar que ese borde interno es algo que se recorre
y al mismo tiempo se produce en la vida del sujeto y, sobre todo, en
el análisis mismo. O sea, una vez más, no hay estructura sin su
dinámica.
Todo
esto, que ya está muy desarrollado, por ejemplo, en “La ciencia y
la verdad”, al final de los Escritos,
define una nueva etapa en la enseñanza de Lacan. En este escrito, el
borde constitutivo del objeto se plantea a partir de la relación (en
banda de Moebius) entre el saber y la verdad. Es interesante ver que
aquí el saber es el elemento dinámico que sustituye a lo que había
sido la demanda en el origen del grafo, mientras que la verdad ocupa
del lugar del deseo. Y el objeto es lo que se produce en su
recorrido, equivalente este último al vector principal del grafo del
deseo, que ahora no sigue una linea en forma de gancho, sino en forma
de “ocho interior”, o sea, un bucle que se cierra sobre sí mismo
en un punto.
Pero
esto ya es otra historia, que nos lleva más allá de lo que nos ha
sugerido nuestro recorrido de la primera mitad de Donc,
con
las reflexiones que nos ha suscitado este curso sobre la evolución
de la estructura en Lacan y sobre cómo la cuestión de lo real
acompaña siempre discretamente a ese recorrido.
1
Jacques-Alain Miller, El hueso de un análisis, Tres Haches.
2
Jacques-Alain Miller, “S'truc dure”, Matemas 2,
Manantial.
3
Jacques Lacan, El seminario, libro VI, El deseo y su
interpretación, Paidós.
4
Oscar Masotta, Lecciones de introducción al psicoanálisis,
Gedisa; Lecturas de psicoanálisis: Freud, Lacan, Paidós.
5
Jean-Claude Milner, El periplo estructural, Amorrortu.
6
Jacques-Alain Miller, “Acción de la estructura”, Matemas 1,
Manantial.
7
Jacques-Alain Miller, “U, o por qué no hay metalenguaje”,
Matemas 2, Manantial.
8
Jean-Claude Milner, El amor de la lengua, Antonio Machado.
9
Se llama anamorfosis a una deformación continua de una forma para
dar lugar a otra, de tal manera que aunque la primera sea
irreconocible directamente, puede recuperarse invirtiendo las
operaciones de transformación efectuadas. Lacan habla de una en
particular en el Seminario XI, la que se encuentra en un cuadro de
Holbein (figura en la portada de la edición francesa).
10
En
esto hay que distinguir la introducción que se hace de este esque y
los comentarios posteriores de Lacan, en particular el de la nota a
pie de página, muy posterior, que introduce ahí la consideración
del objeto a. Luego lo comentaremos.
11
Una parte del Seminario V se titula así y hay acuerdo en cuando a
que es la más pesada de leer y más difícil de entender.
12
El capítulo XX del Seminario VI lleva como título “El fantasma
fundamental”.
13
La nota empieza así: “Situar en este esquema R
el objeto a es interesante por esclarecer lo que aporta al
campo de la realidad...” Y sigue: “En particular, los puntos de
los que no es casualidad (ni un juego) que hayamos elegido las
letras a las que corresponden m M, i I […] indican lo bastante que
este corte aísla en el campo una banda de Moebius. Esto es decirlo
todo, porque entonces este campo no será más que el lugarteniente
del fantasma, del cual este corte da toda la estructura”.
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