viernes, 24 de abril de 2015

La estructura, ¿es dura?

Reflexiones finales de un seminario sobre Donc, de Jacques-Alain Miller, en la Sección Clínica de Barcelona del Instituto del Campo Freudiano en España (curso 2014-2015)


Hace unos días concluimos un recorrido un poco duro por la primera parte del curso Donc de Jacques-Alain Miller. En todo caso creo que vale la pena para poder ver, entre otras cosas, cómo la cuestión de lo real va surgiendo en la enseñanza de Lacan, no como un a priori, sino como una necesidad, una exigencia creciente, una consecuencia que se impone luego al modo de una premisa para otros desarrollos posteriores. Es desde dentro mismo de lo simbólico, a partir de las nociones articuladas de necesidad y de imposible – y sólo la lógica permite situarla de un modo preciso en el lenguaje – que la categoría de lo real va definiéndose. Pero lo hace sin olvidar en ningún momento la referencia concreta al dispositivo analítico, a la pregunta: ¿en qué consiste un análisis, eso que pasa por un cierto uso de las palabras, pero que no se conforma con la idea común de que a las palabras se las lleva el viento? La pregunta es si las palabras, o nuestro uso de las palabras, tienen hueso además de humo – con esto parafraseo un título de Miller: “El hueso de un análisis”1.
En plan de chiste, hacíamos broma el último día con esa metáfora del “pal de paller” – palo de pajar – que ha sido muy usada por cierta facción política catalana, que quería hacer creer que sin ella todo se hundiría, o todo se llevaría el viento. He aquí una foto de un palo así, que sirve para que la paja no se caiga.
Para nosotros, le reflexión sobre lo real no deja de ser cómo poder pensar una estructura que se aguante, pero que al mismo tiempo sea capaz de tener en cuanta la falta, la incompletud, la inconsistencia bajo todas sus formas, que es lo que no dejamos de encontrarnos en la experiencia que nos concierne.
Por supuesto, en lo que hemos trabajado en este tiempo, no se ha tratado de lo real como noción explícita, ni como concepto claramente delimitado, sino de sus presupuestos, todo un trabajo que hace que la cuestión de lo real pueda ser luego planteada explícitamente de un modo específico para el psicoanálisis.
Destacar lo duro en las palabras, también en el discurso, es, me parece, una manera de poner de relieve el valor del título mismo del curso de Miller, Donc, que pone la implicación lógica, como formalización de un hecho fundamental de la propia lengua, en la base de la indagación a lo largo de un año de trabajo sobre cómo Lacan, en momentos sucesivos de su enseñanza va redefiniendo el dispositivo analítico a partir, en cada momento, de una definición del inconsciente.
El recorrido que nos plantea Miller es muy importante, además de por permitirnos situar la paciente génesis del concepto de lo real, también porque nos muestra el origen y el desarrollo del concepto de estructura en Lacan, que es inseparable de sus propias definiciones del inconsciente. En efecto, el estructuralismo lacaniano, si se puede decir algo así, no cae del cielo aprovechando una moda intelectual, sino que su necesidad surge, casi se podría decir se deduce, de un recorrido largo, que pasa por la dialéctica hegeliana pero que encuentra en la estructura una vía de salida. En lo que hemos podido hablar en esta parte del curso, podríamos decir que hay un “entonces, la estructura” (o sea, un donc...)
En suma, la cuestión de lo real y la de la estructura están vinculadas. Estamos acostumbrados a relacionar la estructura con la primacía de lo simbólico. Lo cual es en principio correcto. Pero aun así, la cuestión de lo real es inseparable de lo que caracteriza al concepto de estructura lacaniano: define sus límites, pero en esta misma definición de los límites participa de su construcción de un modo decisivo. Finalmente, simbólico y real deben ser pensados siempre conjuntamente.


La culpa es de la estructura


Me preguntaba por qué puede resultar duro seguir ese recorrido y se me ocurrió una respuesta: la culpa la tiene la estructura. Quizás está un poco mal que le carguemos a ella todas las culpas, pero me parece que es una excusa que tiene buena parte de cierto.
Hubiera estado bien terminar con algo más ligero, digamos que con la ligereza volátil del deseo, pero el peso de la estructura nos persiguió hasta el final. Nos quedamos a las puertas del deseo, que es precisamente lo que introduce – en ese conjunto de constricciones lógicas, en esos muros que lo necesario y lo imposible levantan en el corazón del lenguaje – un poco de aire para que viva el sujeto.
Antes de proseguir, me parece importante hacer una precisión. Hemos hablado de lo real, en estos días, como imposible. Vimos como esa dimensión de la imposibilidad no venía desde fuera, sino que surgía en el corazón mismo de lo simbólico desde “El seminario de la carta robada” cuando, como puro efecto de escritura, determinadas secuencias de letras se tornan imposibles. Pero hay que tener presente que ese real no es el único real en Lacan. Lo real como imposible, que retorna como tal en una estructura de repetición, ligado a una de las dimensiones que tiene la letra en el inconsciente – desarrollada especialmente en “La instancia de la letra en el inconsciente –, no agota la reflexión sobre lo real para Lacan. Cuando Miller destaca, en la última enseñanza de Lacan, un real sin ley, ya no estamos hablando de lo mismo. Lo cual no quiere decir que no tenga nada que ver lo uno con lo otro, porque sin aislar el primer real no se podría aislar el otro, y esto también supone todo un recorrido, un recorrido largo y sinuoso. Con esto tampoco estoy diciendo que sólo haya dos reales en Lacan. Se podría sostener que hay tres.


¿Eso dura?


No me acordaba el último día, pero hubiera estado bien citar parte de un texto de Miller, transcripción de una conferencia, que está publicada en español2. Lleva un título raro: “S'truc dure”. Por supuesto, es un juego de palabras, basado en la homofonía que existe en francés entre lo así escrito con la palabra francesa “structure”, haciendo que suene “ce truc dure” – algo así como “ese asunto dura”. Si se dice muy deprisa el resultado es casi perfecto. Como Miller comenta (cito de memoria, estaría bien que lo comprobarais), el juego de palabras se refiere a que eso de la estructura es un truco o una cosa (en francés es ambiguo, porque “un truc” es tanto una cosa cualquiera como un truco) que dura. Incluso especifica: hace ya treinta años que dura. Si lo dice así, es porque en aquel tiempo ya muchos habían considerado que la estructura había muerto con el estructuralismo, a manos de lo que se llamó postestructuralismo. Pero eso se resistía. Entre otras cosas, porque Lacan de algún modo (casi) siempre fue “postestructuralista” en cierto sentido, aunque sin tirar alegremente al niño con el agua de la bañera. Era más serio.
Ahora no tengo delante el libro de Miller, pero debe de hacer bastante tiempo de eso, así que si antes hacía treinta años que dura, ahora.... ¿haría cincuenta años que dura? Pero no, ya no dura, o ya no dura de la misma forma. Y quizás ese es el motivo de que ya no leamos igual esos textos, o esos seminarios. O, si los leemos, ya no los leemos de la misma manera, no tenemos tanto cuidado por el detalle en la lectura.
Por ejemplo, estamos leyendo en el seminario del Campo Freudiano el Seminario VI, El deseo y su interpretación3, pero en ningún momento se ha trabajado el grafo del deseo completo, con todos sus detalles. Sí se han comentado detalles parciales, pero no se ha explicado todo. Y esto es porque nuestra relación con los matemas de Lacan ha cambiado. Sobre todo con los matemas de esa época clásica, que ya nos parecen muy lejanos.
Hace ya muchos años, en el seminario, seguramente algún docente, muy ufano él, hubiera aterrizado con una representación completa del grafo, quizás cuidadosamente dibujada en colores en una cartulina en la mesa del comedor de su casa. O se hubiera pasado un buen rato dibujándolo en la pizarra y se hubiera entretenido con todos los matemas que lo rodean como cuentas de un rosario. Nos hubiera contado que A no es lo mismo que ($◊D), por qué luego aparece S(A/) y su diferencia respecto de s(A)... sin olvidar que en un piso inferior campan discretamente m e i. Y se hubiera entretenido mucho con los vectores entre los que aparecen con todo su encanto ($a) y i(a) entre el primer piso y el segundo.
Sí es cierto que ha habido algunos comentarios importantes al respecto en el seminario, como cuando mostramos que Lacan, en la primera parte del seminario, insiste en situar la relación entre el fantasma y la relación imaginaria, que se traduce en posiciones homólogas en los pisos intermedios del grafo. Aunque se hubiera podido insistir más en esta homología, que permite entender muchas cosas del funcionamiento del fantasma en la clínica – por ejemplo, hasta qué punto es heredero de la estructura imaginaria del yo –, cosas que Lacan puede precisar, puede escuchar, a partir de su matemas. Sus matemas traducen una escucha, pero también la posibilitan.
Pero bueno, eso ya no nos entusiasma tanto, lo damos por hecho y pasamos a otra cosa... aunque, por supuesto, con el riesgo de olvidarlo, lo cual supone el riesgo de ya no ser capaces de escucharlo. Y es que, en realidad, ya no somos estructuralistas. No es un reproche, tenemos razones para no serlo. Vivimos en un mundo muy post-estructuralista, tanto tanto, que ya sólo es post. Por eso tenemos que hacer un esfuerzo suplementario para ponernos en una posición que nos permita entender mejor esos textos. Aunque quizás sea imposible.
Entonces, ¿en qué consiste esta disposición para entender eso con lo que Lacan se rompe la cabeza durante tanto tiempo en relación a la estructura? Para empezar, que para él la estructura no es un “modelo”, no es algo puramente formal, una construcción. Este es un punto en el que ya insistía Masotta en sus cursos de lectura de Freud y de Lacan4, en los que unos cuantos nos iniciamos, en 1975, en la difícil tarea de entender algo de los Escritos, que entonces eran aquí una novedad.
Pero aquello duró lo que duró, y nos hubiéramos quedado bastante perdidos de no ser porque al cabo de un tiempo encontramos en la orientación lacaniana de Jacques-Alain Miller, en buena medida gracias a su sólida formación lógica, un hilo que nos permitía situar mejor, entre otras cosas, esta problemática de la estructura en Lacan, con la apuesta rigurosa de seguirla a través de toda su enseñanza, sin dejar de lado ninguna de sus épocas y dando todo su valor a sus transformaciones, desde el principio hasta el final, como operaciones fundamentales, cada una de ellas. Y es así como se puede ver que, en efecto, la estructura dura en Lacan, aunque tampoco para siempre.


Hiperestructuralismo


La estructura de Lacan tiene dos cosas que no tienen las nociones de estructura de muchos estructuralistas. Por eso, en un libro muy interesante5, Jean-Claude Milner habla de Lacan en una cierta época como hiperestructuralista. Este significa, dicho de un modo muy resumido, que se trata de una estructura que se plantea a un nivel de radicalidad que supone pensar dos cosas: 1) que el sujeto está incluido ahí, es producido por una estructura que tiene una acción real – “acción” de la estructura es otra expresión de Miller6, título de otro artículo, yo soy quien añade lo de real. 2) que incluye la falta como un elemento fundamental, no como algo que queda, simplemente, fuera.
Otros planteamientos estructuralistas menos fuertes, en realidad hablan de una serie de estructuras que tienen algo de superestructura, constituyen un orden de formalidad cuyo papel causal es relativo, restringido. Aíslan un campo de la realidad en el que se cumplen ciertas leyes, con eso basta. Por eso, porque son una hipótesis estructural restringida, no tienen necesidad de introducir la falta como un elemento fundamental. Allí donde el formalismo no alcanza, no pasa nada, queda fuera del campo. O fuera de campo, como se dice en cine. Se dice entonces: “De eso no nos ocupamos”. Por ejemplo, en el plano del lenguaje, se puede decir, si se es un lingüista, que un hablante de tal lengua deriva sus palabras, construye sus frases, aplicando ciertas reglas implícitas en el sistema. Si, no, simplemente se equivoca. De acuerdo. ¿Y si resulta que es un niño cuya lengua materna es el urdu, la de su padre el árabe, en el patio del colegio los niños le hablan en castellano y en las clases en catalán? O sea, cosas que ocurren hoy día, no es ninguna ficción. La respuesta es: depende, depende de muchas cosas, como de su relación con la serie de los otros... quizás incluso de los Otros que tienen que ver para él con esas lenguas. Uno se pregunta, por ejemplo: ¿en qué lengua, o lenguas, sueña ese niño? Y si los “errores” no se salen del sistema, no están fuera de campo porque no son no-cosas, sino un tipo de cosas, esas que llamamos lapsus, ¿entonces qué ocurre?
El hiperestructuralismo de Lacan es mucho más radical que el estructuralismo de los lingüistas, de hecho su estructura es una “infraestructura”, tiene un papel causal fuerte, determina al sujeto. Y como tal infraestructura, es constitutiva de su realidad. En cierto modo, por lo tanto, no tiene exterior, o al menos no en el sentido banal del término. Y precisamente por este carácter inclusivo, no se puede decir, frente a un fenómeno determinado, que ahí no se aplica una de sus leyes.
¿Quiere decir eso? ¿Que esa hiperestructura es una especie de programa rígido, como parecen ser a veces los instintos en los animales? ¿Como lo que hace que un perro, cuando orina en el asfalto, rasque con las patas como si lo hubiera hecho en la tierra? No, para nada. Y es que, precisamente, la estructura que estructura rígidamente, sin falta, el comportamiento de un perro no es la hiperestructura del lenguaje. Esta tiene como característica fundamental que en ella las propiedades del lenguaje tienen efectos constitutivos para el sujeto... pero uno de esos efectos es, precisamente, la Spaltung freudiana, la división, $, una falta primordial.
Ya que, en realidad, ¿qué ocurre cuando se extrae la crema de lo simbólico, dejando de lado todo lo que normalmente lo acompaña, lo emborrona? Que surgen sus límites: por ejemplo, los relacionados con los descubrimientos de Gödel, que demuestran que un sistema no puede ser al mismo tiempo completo y consistente. Precisamente cuando se trata de formalizar un lenguaje al máximo aparecen sus límites, surgen puntos en los que las paradojas son inevitables. Esto permite, o exige – se puede decir de las dos maneras – introducir la falta como un elemento intrínseco. Y también la dimensión de la inconsistencia, con lo que esto supone de indeterminación ineludible. Una gran paradoja: el funcionamiento mismo de lo simbólico determina la indeterminación.
En un funcionamiento formalista, se define el campo de aplicación de una ley, entre un parámetro y otro que acotan un campo, y las inconsistencias que se producen fuera de estos márgenes no importan. Simplemente, se dice que la regla no se aplica y ya está. Para nosotros esto no es así. El punto en que las cosas empiezan a fallar no es una anécdota, sino lo más importante.
El universo del sujeto se constituye así en torno a una especie de agujero negro, que no se ve, pero que está ahí y produce sus efectos. Esto es una metáfora, claro, pero está inspirada en algo que no lo es. La dimensión de universo que tiene la estructura lacaniana también tiene que ver con lo que Miller plantea en un artículo suyo de hace mucho tiempo, titulado “U: no hay metalenguaje”7. Explicaré esto lo más brevemente posible. Plantea Miller la paradoja que supone estudiar el lenguaje, porque no hay modo de hacerlo que no sea a través del lenguaje, uno no se puede poner fuera de él. El procedimiento de algunos lógicos – gente práctica – para evitar inconsistencias es distinguir niveles de lenguaje. Para interpretar un nivel de lenguaje, hay que ir a un nivel de lenguaje superior, que se llamará metalenguaje.
Pero Lacan, como destaca Miller, no se cansó de repetir: “no hay metalenguaje”. Y planteó en más de una ocasión que su matema S(A/) es equivalente a la tesis “no hay metalenguaje”. En efecto, no lo hay porque no podemos salir del lenguaje para hablar de la lengua, como quien observa la Tierra desde la Luna. Obviamente, los lingüistas también hacen ver que pueden ignorar esa limitación, por motivos prácticos: simulan que se van a la Luna y miran desde allí. Crean un metalenguaje sobre la lengua, y hacen como si ese metalenguaje no fuera lengua. Pero, finalmente, lo único que acaba decidiendo es un recurso a la autoridad: la lingüística (que dice cómo es la lengua) y la gramática (que dice cómo debe ser) no se pueden separar nunca del todo.
En el campo en el que ellos se mueven, esto, el uso pragmático de la falacia del metalenguaje, no tiene muchas consecuencias negativas, aunque sí tiene algunos límites que por ejemplo Jean-Claude Milner, en un libro muy ameno titulado El amor de la lengua8, pone de relieve perfectamente. Pero en el campo del psicoanálisis, cuando nos ocupamos del lenguaje a un nivel radical – como cuando hablamos del inconsciente estructurado como un lenguaje – no podemos asumir las convenciones que permiten a los lingüistas hacer como si hubiera metalenguaje. Como nosotros nos ocupamos de lo que para el sujeto constituye un universo, no hay manera de dar un saltito fuera de él para ver la cosa más clara.


Gracias al síntoma


Mencionaba antes “La carta robada”, puesta en posición preeminente en los Escritos, donde se ve que lo que a Lacan le interesa es cómo lo simbólico, cuando además de la palabra se introduce la dimensión de la escritura, o de la lectura, que es el modo mínimo en que se plantea la suposición de la letra – cuando un analista interpreta, es porque lee la letra de lo que se dice – produce inmediatamente leyes en las que hay cosas necesarias y cosas imposibles, cosas que no pueden decirse, porque surge una ley que lo impide. Y esa ley no aparece porque haya un agente externo, sino por efecto del desarrollo de las consecuencias mismas del lenguaje, de la letra que hay en la palabra: el funcionamiento de lo simbólico general su real.
Ahora bien, nada de esto pasaría de ser un entretenimiento si ese real que podemos situar a partir de una formalización no estuviera presente en el corazón mismo de la clínica, si esa relación del sujeto con el lenguaje, entendida como relación constitutiva y constituyente, no produjera formaciones particulares y específicas para cada sujeto. Eso es lo que interesa a Freud y tras él a Lacan: las formaciones del inconsciente, a pesar de no cumplir en algunos puntos la lógica común, tienen su propia lógica. Y esto no ocurre únicamente en los sueños, sino que también, y sobre todo, ocurre en los síntomas.
Las propiedades lógicas de los síntomas son las que hacen que haya constancia, repetición. Por eso los síntomas tienen gran parte de responsabilidad en que las personas sean en gran medida las mismas a lo largo de sus vidas, y que si consiguen cambiar algo, es con mucho esfuerzo. En realidad, lo que llamamos la “identidad” de alguien tiene mucho que ver con sus imposibilidades que se repiten. Porque, en efecto, lo más real de una persona es su síntoma.
Ahora bien, gracias al síntoma, nuestro hiperestructuralismo lacaniano se vuelve más interesante. Porque en él empieza a emerger con mucha más fuerza la doble cara de los imposibles que hacen “duro” lo simbólico. Como habíamos visto, hay lo duro de la determinación: “si esto, entonces lo otro”. Y es cierto que en los síntomas, sobre todo en los síntomas obsesivos, se ven en carne y hueso, por así decir, estas relaciones de implicación. “Si A, entonces B”. Y no hay que olvidar que esto se podría traducir como: “Si A, es imposible que no B”.
Pero hay otro lado de lo imposible, que es más discreto, aunque no menos importante, y que está presente en las formaciones del inconsciente – Freud la aísla perfectamente en los sueños, en lo que llama “el ombligo del sueño” – y podemos decir que en los síntomas eso alcanza su grado superior, su excelencia, en cierto sentido. Se trata de que toda esa maquinaria lógica parece funcionar en torno a un vacío, una falla, no puede simbolizarlo todo y se pone a dar vueltas en torno a eso imposible de simbolizar. Todo un enjambre de determinaciones parecen rodear una indeterminación fundamental. Y lo que resulta increíble es que esa indeterminación parece tomar cuerpo, forma. Esto es el síntoma, nuestro ∑. Dicho sea de paso, una de las formas de entender eso que decimos del síntoma, que es “acontecimiento de cuerpo”, se refiere a este “tomar cuerpo” del que estamos hablando.
Podríamos representar eso diciendo que “Si A entonces B”, también implica otras cosas. Implica que no C... pero tampoco D, ni E.... Ahora bien, resulta que este “ni C ni D ni E...”, en vez de desaparecer pura y simplemente, no se queda tranquilo, sino que insiste, se define, se repite, toma forma... de modo que, al fin y al cabo, la repetición de “A entonces B” parece ser más bien secundaria respecto a todo ese cortejo de “nis” que se ponen a dar la lata y acaban constituyendo el núcleo mismo del síntoma, su lado de fracaso en la simbolización, el lado de límite de la determinación, una indeterminación que genera un tipo de determinación más férrea, aunque más difícil de ver que cualquier otra, porque es esencialmente negativa.
Vemos entonces que el tipo de real que destaca el síntoma es ya más complejo, porque pone de relieve los límites de la determinación simbólica. El síntoma da cuerpo al “no hay metalenguaje”. Muestra que ese “no hay metalenguaje” no es un límite difuso, un no man's land donde, como lo simbólico deja de funcionar, cada uno puede hacer lo que quiera. Donde no hay metalenguaje, no es que no haya nada, sino que hay ∑.
Lo real del síntoma es algo organizado con lo simbólico, pero no por lo simbólico, en torno a un agujero en lo simbólico mismo, en torno a una repetición que siempre tiene dos caras: repetición de algo y repetición de nada (el imposible, lo vedado por la repetición misma, que no deja de repetirse como fallido).


Historia de la estructura


A lo largo del repaso que hicimos de las modificaciones en la enseñanza de Lacan hasta finales de los años 50 – sobre todo por la lógica misma de su seminario, que implica una puesta en cuestión contante, un esfuerzo por ir más allá de lo obtenido – pudimos situar un punto importante, que es cuando se pasa de la carencia en lo simbólico como propia de las psicosis, a una generalización de esa carencia. O sea, pasa de ser contingente a estructural. Esto lo pudimos situar sobre todo entre el Seminario III y el IV, en lo que el caso de Juanito tiene un papel fundamental.
Durante esa época, se diría que las cosas se aceleran, esa carencia va tomando su dinámica propia, exige una constante redefinición de los términos. Pudimos ver que ninguna de las definiciones que dan se sostienen de un modo demasiado estable, en tres años los cambios son muy importantes. Y en efecto, esto no es sólo un problema de la teoría, es un problema más general: ¿Qué permitiría que las cosas se sostengan, a pesar de que la misma estructura esté habitada por la falta, por las imposibilidades, por la imposibilidad de encontrar una identidad estable en ningún elemento? Si el objeto está habitado por la falta, si el sujeto está marcado por la Spaltung, si el Otro también está tachado... ¿qué se sostiene? ¿Qué puede definir un funcionamiento “normal” o al menos constante?
Es cierto que ya hemos planteado la constancia del síntoma, y esto hace que se convierta en serio candidato a única referencia sólida. Pero el problema es entonces para la estructura, que cada vez se ve menos en qué se sostiene y si ella misma sostiene algo. Claro que más adelante Lacan llegará a decir que la estructura es (sólo) el síntoma mismo. Pero no podemos llegar a esta solución sin pasar por las tribulaciones de la estructura, que duran lo suyo. Resulta que apenas formalizada la noción de estructura, parece que empieza a tambalearse a partir de sus propios presupuestos, aunque Lacan no deja que se caiga así como así.
Durante esa época de la que nos ocupamos, Lacan está constantemente deconstruyendo cosas. Mientras que otros hablan de la relación de objeto como algo evidente, él va y la deconstruye (Seminario IV). La deconstruye como ideal global, pero también los elementos que supuestamente la compondrían. ¿Es evidente el padre? No, en absoluto, es una función, también se puede desmontar. ¿Lo es la madre? Tampoco. En fin, que todos y cada uno de los elementos están marcados por una falta que los hace relativos, substituibles, variables de funciones. Todo ello supone formas variadas de vacío: como dijimos un día, cada elemento está afectado por su ∅. Entonces que lo que da una estabilidad a la estructura no parece ser ninguno de sus elementos aislados.
¿Cómo evoluciona pues en esos años la noción de estructura, desde el Seminario III hasta el Seminario VI, por fijar unos límites temporales aproximados? ¿En qué se sostiene cada una de sus versiones?
En la época (breve) de la supremacía absoluta de lo simbólico, sí parecía que algunos significantes fundamentales podían constituir un eje sólido. Esto se ve de un modo sencillo en el esquema L. Luego se vuelve más complejo, aunque compartiendo aún los mismos presupuestos, en el esquema R, donde los elementos del triángulo simbólico serían los que dan estabilidad a la estructura.
Por eso en “De una cuestión preliminar a todo tratamiento posible de la psicosis” cuando el elemento P, correspondiente a la función del padre, que constituye un vértice del triángulo simbólico, está afectado por la forclusión, que Lacan escribe P0 , entonces la estructura se queda sin su esqueleto y se deforma. Y en efecto, el Esquema I, que representa el proceso de restitución psicótico, a partir de la “regresión tópica al estadio del espejo”, es una deformación, incluso podríamos decir una anamorfosis9 del esquema R. Esto verifica que hasta ese momento Lacan pensaba que la columna vertebral de la estructura eran elementos simbólicos, entre los cuales el significante del Nombre del Padre tenía un peso muy importante, decisivo.
Pero la estructura tiene que cambiar a partir de las consecuencias del caso Juanito, de las que ya hemos hablado y pudimos tratar en detalle. Por eso, inmediatamente después, en el Seminario V, asistimos a la introducción de una nueva versión, que es el grafo, el cual se va a desarrollar luego en el Seminario VI y alcanza su punto culminante en el escrito “Subversión del sujeto”, donde el elemento que se destaca es el matema S(A/).
A partir de en este momento – con la generalización de la carencia, que a la larga introduce una especie de forclusión generalizada cuyas consecuencias se irán desprendiendo en momentos sucesivos – esa falta tenderá a ocupar el centro del sistema... y paradójicamente, como veremos, como lo más sólido, lo más duro de la estructura. Pero esto no exige un paso más. Esta revisión de la estructura necesitará ir más allá del grafo. Se trata del algo que podremos situar en los Escritos desde “Subversión del sujeto” hasta “La ciencia y la verdad”, donde aparecerá toda la formalización del objeto a como vinculada a ese vacío central que constituye S(A/).
Pero vamos a detenernos un poco en la época en que la elaboración de la teoría gira – nunca mejor dicho – en torno a esa versión de la estructura que es el grafo. Nos interesa especialmente, porque concierne al tema que se está trabajando este año en el Seminario del Campo Freudiano.


La época del grafo del deseo


En toda esta historia, el tiempo que va desde el seminario V hasta el escrito “Subversión del sujeto” es decisiva, porque allí surge una nueva forma de pensar la estructura – no sólo una versión de la estructura. Se empieza a hacer énfasis en la idea de topología. Y si bien, cuando se habla de topología en Lacan, se suele pensar en elaboraciones posteriores más sofisticadas (la banda de Moebius, los nudos, etc.), lo cierto es que él piensa el grafo como una de las primeras aplicaciones sistemáticas en su enseñanza de la noción de topología. También lo había sido, aunque más discretamente, el esquema R. Pero ahora nos interesa ver, sobre todo, qué es lo que conduce desde el esquema R hasta el grafo, en tan poco tiempo por otra parte. Se trata de ver cómo la topología pasa de ser un elemento añadido a la reflexión, a ocupar un lugar central en ella.
En este sentido conviene buscar sistemáticamente las referencias a la topología en los Escritos, porque de hecho hay bastantes. Conviene hacerlo para abandonar la idea, muy equivocada, de que la topología es una preocupación tardía en Lacan. Para nada es así, se trata de algo que aparece relativamente pronto, y que adquiere formas muy diversas. Toma fuerza progresivamente a partir de finales de los años 50 y a lo largo de los 60. Por eso aparecen observaciones relativas a la topología en notas puestas a posteriori al pie de algunos escritos relativamente tempranos, pero en la parte final de los Escritos ya empiezan a incorporarse referencias explícitas e importantes en los mismos textos.
En todo caso las notas tienen todo su interés, porque en ellas se ve cómo Lacan relee en clave topológica cosas escritas anteriormente. En este sentido hay una particularmente interesante, añadida a pie de página de “El seminario de la carta robada”. Llama la atención que cuando en este escrito se refiere a las series que construye, fundamentalmente series de 0 y de 1 agrupadas en paréntesis, que introducen efectos de ley y de imposibilidad, etc., en nota al pie leemos: “Por eso hemos introducido después una topología más adecuada”.
Esto es fundamental. O sea, allí donde las relaciones lógicas entre letras no alcanzan, allí donde no basta con la lógica del significante, es preciso otro nivel de la cuestión y es ahí donde entra en juego la topología, la estructura definida como una relación entre lugares. Se trata de funciones, pero en las que la dimensión de lugar es crucial.
Para completar esta perspectiva sobre la emergencia de la cuestión de la topología en los Escritos, os doy una serie de referencias rápidas en un anexo que añado al final.
Por lo pronto, nos conformamos con destacar que desde la época del seminario IV hasta el seminario VI – todo ello escandido por escritos que van comentando y condensando las temáticas tratadas en los seminarios – va tomando una fuerza creciente la idea de una topología como recurso necesario para situar la estructura. La primera tentativa, como ya hemos dicho, es el esquema R.10
En la introducción de este esquema en “De una cuestión preliminar”, Lacan plantea claramente el paso de la estructura pensada en el plano sólo del significante, a una dimensión “espacial”. Así lo dice en el punto 5 del capítulo III de ese texto: “La puesta en cuestión del sujeto en su existencia tiene una estructura combinatoria que no se debe confundir con su aspecto espacial. A este título, es ciertamente el propio significante el que debe articularse en el Otro, y especialmente en su topología de cuaternario”. O sea, hay que pasar del Esquema L al esquema R, para mostrar que eso tiene una topología. Sin embargo, los elementos con los que se construye ese esquema topológico no dejan de ser aún una combinación del estadio del espejo con el Edipo freudiano, releído estructuralmente. Todo depende demasiado aún de esa versión de la estructura que es el Edipo. Por eso el desmontaje del Edipo, a partir de la generalización de la carencia, reclama una versión diferente de la estructura. Y eso será el grafo.
Pero no hay que creer que el Edipo se volatiliza así como así. ¡Por el contrario, se resiste mucho! Por eso Lacan, al mismo tiempo que está empezando a desarrollar el grafo, que es lo que permite ir más allá, está empeñado en meter en él como puede los “tres tiempos del Edipo”11, dando lugar, por cierto, a los capítulos más pesados del Seminario V. Es un intento por hacer cuadrar algo de una época en lo que ya empieza a ser la siguiente época. Resulta muy laborioso y no tendrá continuidad, aunque por supuesto algo queda, tiene su validez clínica. Pero el grafo se impone y eso acaba implicando que los términos del Edipo ya no forman parte de la estructura misma. En efecto, ni la P ni la M del esquema R perduran en el grafo, desaparecen por completo en su versión final.
¿De qué se trata, pues, en el grafo del deseo? Quiero introducir esto con un término que quizás sorprenda, pero que me parece fundamental: dinámica. Me remito a una de las menciones de la topología en los Escritos, que he añadido al final como anexo. En una de ellas, extraída también de “De una cuestión preliminar...”, leemos: “Pero esta topología, que está en la línea inaugurada por Freud, cuando se puso, tras haber descubierto con los sueños el campo del inconsciente, a describir su dinámica...”
La dinámica es un término de Freud, seguramente les suene que él diferencia el punto de vista metapsicológico, el dinámico y el económico. La metapsicología es un término que en Freud funciona hasta cierto punto como el de estructura, y que por otra parte es inseparable de lo que llamó sus dos “tópicas” (la primera: inconsciente, preconsciente, consciente; la segunda: yo, ello, superyó). En la cita que acabo de destacar de los Escritos, Lacan vincula su idea de la topología a Freud, y se refiere a que para éste hay cierta idea del aparato psíquico, que es como un campo – subrayo este término –, el “campo del inconsciente”. Ahora bien, añadir a esta alusión a la topología freudiana la idea de dinámica es muy interesante, porque en verdad el grafo es una versión dinámica de la estructura, basada en vectores que definen recorridos.
¿De qué se trata en estos recorridos? De la cuestión del tiempo, para empezar. Esto nos remite a cosas anteriores en la misma enseñanza de Lacan, como la distinción y al mismo tiempo la articulación entre sincronía y diacronía. El tiempo es un elemento importante, nunca se puede eliminar, incluso puede decirse que es lo más real. Y si en lo que nos ocupa, que es el sujeto del lenguaje, el tiempo es fundamental, éste es por fuerza un elemento inseparable de la acción de la estructura.
A un nivel más clínico, me parece que la idea de la dinámica que Lacan introduce en su idea de estructura tiene que ver con lo que veíamos, por ejemplo, en el caso de Juanito. Su lógica de caucho ponía en juego una combinatoria siempre incompleta, y esta misma incompletud reclamaba una nueva combinación de términos, y así sucesivamente. Hay, pues, una dinámica especial de la estructura pensada como combinatoria animada por una falta central, animada por su propia imposibilidad.
Esta idea me parece que es constitutiva en el grafo, lo anima en cada uno de sus elementos, pasos, recorridos. Lacan se dedica concienzudamente a situar en cada punto, en cada elemento, el punto de incompletud o imposibilidad que reclama pasar a otra cosa. Empezando por sus primeros desarrollos, en el Seminario V, cuando todavía se trata más del grafo de la demanda que del deseo, ya que esto se destaca después. Y para empezar, Lacan se dedica a situar las paradojas, las imposibilidades que surgen en la relación del sujeto con el Otro de la demanda. Esos puntos de dificultad son los que descompletan al Otro y lo hacen pasar a un piso superior, donde ya se trata de la relación del sujeto “en fading” ante los significantes de la demanda, y así sucesivamente.
Pero no se trata solamente del desmontaje de ese Otro y el efecto de fading del sujeto. El secreto del grafo es que la falta se configura como un vacío que está en su mismo centro: de hecho todo él se puede pensar como rodeando un vacío, el que se abre entre el primer piso y el segundo, pero que finalmente el vector que va hasta I(A) rodea por completo. Ese vacío, pues, ocupa un lugar topológico, no sólo están en juego las cualidades respectivas de los elementos de la combinatoria significante, cada uno de ellos afectado por una falta, sino también y sobre todo sus lugares rodeando ese espacio de en medio.
Al escribir el párrafo anterior he tenido la tentación de poner, en vez de “vacío”, “agujero”. Pero he tenido que contenerme. Porque no se trata todavía de agujero, precisamente. Un vacío no es aún un agujero, para eso hacen falta bordes. Y esto es lo que todavía no está definido en el grafo.
Y es que si se trata del “grafo del deseo”, esto es precisamente porque el deseo consagra la función de un vacío – la falta, etc. – en el centro de la economía psíquica, una indeterminación. Eso es lo que corresponde a la definición negativa del deseo: no es la demanda, no es algo determinado por el Otro, no tiene nombre... Se podrían ampliar sus determinaciones negativas. Se trata de algo que queda del lado $ del deseo, de su lado pura falta. O sea, en suma, de la Spaltung misma como un real con el que el sujeto tiene que hacer algo, y lo que hace es ante todo ese recorrido mismo descrito por el grafo.
El problema entonces, como se ve, es que el deseo queda demasiado indeterminado, y Lacan tiene que profundizar en la estructura del fantasma como lo que, a pesar de todo, lo determina en parte, al menos lo enmarca. De ahí la otra cara de la moneda, que es la aparición en el mismo grafo de la fórmula del fantasma. Pero de momento, en la introducción del fantasma (primera parte del Seminario VI) se trata del emparejamiento del sujeto de la Spaltung con un objeto imaginario, que todavía no es central. En efecto, en el grafo del deseo lo central es el vacío constitutivo del deseo, mientras que el objeto del fantasma, en tanto que es imaginario, no ocupa ese lugar, no es central – no es el eje de la estructura, ni su centro.
Ahora bien, a lo largo del Seminario VI, a medida que la función del fantasma se desplaza desde aquel elemento imaginario y lateral hacia la idea de una función más fundamental, dando lugar así a la noción de “fantasma fundamental”12, esa topología va a tener que cambiar de nuevo. En efecto, el vacío central, la acción real de la Spaltung, se va a combinar, en el corazón de la estructura, con un objeto a que ya no es puramente imaginario, sino que incorpora algo real. En este momento, el grafo del deseo ha alcanzado su límite y, una vez más, se requiere otra representación, otra definición también de la estructura.




Una estructura con agujero


Esta nueva definición de la estructura se esboza ya, como anticipábamos, en la nota al pie que Lacan añade a posteriori a la presentación del esquema R en “De una cueestión preliminar”. Ahora el esquema R tiene otro valor, incluso sirve para apuntar a un más allá del grafo del deseo. Se ve entonces que lo que era un vacío ha adquirido la estructura de un agujero, ya que ahora se pueden definir sus límites, su borde. Este concepto es decisivo, porque con el recurso a la banda de Moebius se podrá pensar de una forma más precisa esta estructura en la que el objeto a ocupa un lugar central13. Pero no hay que olvidar que este objeto a es la forma de un vacío. De ahí la insistencia de Lacan, a partir de ese momento, en pensar el borde constitutivo de ese agujero.
Hay que tener presente en todo momento que no se trata de simplificar y creer que ya hemos atrapado la cosa de la que se trataba, que ya está todo resuelto: ¡Ya hemos atrapado al objeto a por las orejas! En absoluto, porque Lacan no cesa de interesarse, no por “el objeto en sí”, que en realidad no existe como un ser estable o como un ente, sino en cómo se construye, cómo se produce constantemente. De ahí que lo más importante sea cómo se piensa el borde que lo constituye.
Lacan dedicará mucho tiempo a eso, a cómo se sitúa, como se piensa, también en como se aísla, y sobre todo a cómo se produce en la cura. Esto implica también qué dinámica se puede pensar a partir de esta nueva definición de la estructura. En efecto, tal dinámica ya no será la del grafo, sino que será lo que en el Seminario XI Lacan describe como el recorrido del “ocho interior”, que es un modo de pensar que ese borde interno es algo que se recorre y al mismo tiempo se produce en la vida del sujeto y, sobre todo, en el análisis mismo. O sea, una vez más, no hay estructura sin su dinámica.
Todo esto, que ya está muy desarrollado, por ejemplo, en “La ciencia y la verdad”, al final de los Escritos, define una nueva etapa en la enseñanza de Lacan. En este escrito, el borde constitutivo del objeto se plantea a partir de la relación (en banda de Moebius) entre el saber y la verdad. Es interesante ver que aquí el saber es el elemento dinámico que sustituye a lo que había sido la demanda en el origen del grafo, mientras que la verdad ocupa del lugar del deseo. Y el objeto es lo que se produce en su recorrido, equivalente este último al vector principal del grafo del deseo, que ahora no sigue una linea en forma de gancho, sino en forma de “ocho interior”, o sea, un bucle que se cierra sobre sí mismo en un punto.
Pero esto ya es otra historia, que nos lleva más allá de lo que nos ha sugerido nuestro recorrido de la primera mitad de Donc, con las reflexiones que nos ha suscitado este curso sobre la evolución de la estructura en Lacan y sobre cómo la cuestión de lo real acompaña siempre discretamente a ese recorrido.






1 Jacques-Alain Miller, El hueso de un análisis, Tres Haches.
2 Jacques-Alain Miller, “S'truc dure”, Matemas 2, Manantial.
3 Jacques Lacan, El seminario, libro VI, El deseo y su interpretación, Paidós.
4 Oscar Masotta, Lecciones de introducción al psicoanálisis, Gedisa; Lecturas de psicoanálisis: Freud, Lacan, Paidós.
5 Jean-Claude Milner, El periplo estructural, Amorrortu.
6 Jacques-Alain Miller, “Acción de la estructura”, Matemas 1, Manantial.
7 Jacques-Alain Miller, “U, o por qué no hay metalenguaje”, Matemas 2, Manantial.
8 Jean-Claude Milner, El amor de la lengua, Antonio Machado.
9 Se llama anamorfosis a una deformación continua de una forma para dar lugar a otra, de tal manera que aunque la primera sea irreconocible directamente, puede recuperarse invirtiendo las operaciones de transformación efectuadas. Lacan habla de una en particular en el Seminario XI, la que se encuentra en un cuadro de Holbein (figura en la portada de la edición francesa).
10 En esto hay que distinguir la introducción que se hace de este esque y los comentarios posteriores de Lacan, en particular el de la nota a pie de página, muy posterior, que introduce ahí la consideración del objeto a. Luego lo comentaremos.
11 Una parte del Seminario V se titula así y hay acuerdo en cuando a que es la más pesada de leer y más difícil de entender.
12 El capítulo XX del Seminario VI lleva como título “El fantasma fundamental”.
13 La nota empieza así: “Situar en este esquema R el objeto a es interesante por esclarecer lo que aporta al campo de la realidad...” Y sigue: “En particular, los puntos de los que no es casualidad (ni un juego) que hayamos elegido las letras a las que corresponden m M, i I […] indican lo bastante que este corte aísla en el campo una banda de Moebius. Esto es decirlo todo, porque entonces este campo no será más que el lugarteniente del fantasma, del cual este corte da toda la estructura”.

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