domingo, 7 de junio de 2015

El lenguaje es un virus del espacio exterior


Texto para la última clase del Cursus de la Biblioteca del Campo Freudiano (Barcelona) sobre "El cuerpo en psicoanálisis"


Para terminar nuestro recorrido del laberinto del cuerpo, abordaremos de lleno aquello que no cuadra, aquello que no entra. Interrogando así la relación entre el lenguaje y el cuerpo, de un modo diferente al que inauguró nuestro periplo con las primeras histéricas de Freud y su cuerpo dócil (aunque sólo aparentemente) al lenguaje. Las cosas se complican, en efecto. Por un lado, Marta Serra nos planteará este lunes que “la vida que podemos llamar propiamente humana es la que, con el lenguaje operando en un organismo humano, empuja a franquear el umbral que la separa de lo animal”. Y así es, indudablemente. Aunque, cosa extraña, ese umbral mismo parece que no se acaba nunca de franquear del todo o que, más allá de ese umbral, algo siempre insiste, como expresa la frase famosa de William Burroughs: “Language is a virus from outer space”. 




Frase que, por cierto, dio pie a una canción de Laurie Anderson donde se escucha: “Y cuando hablan, sólo hacen ruidos y más o menos los sincronizan con los labios” (www.youtube.com/watch?v=KvOoR8m0oms). O sea que no hace falta ser un esquizofrénico (véase la reseña de Soledad Bertrán sobre “El Cisne negro”) para saber que hay algo que no acaba de pegar entre la imagen del cuerpo y el cuerpo del lenguaje, y que eso induce fenómenos extraños en la superficie, en la frontera. 

Pero sigamos un poco más con William Burroughs, quien en El ticket que explotó desarrolla más sus ideas acerca del lenguaje, de un modo que no deja de tener ecos para nosotros: “La 'Otra Mitad' es la palabra. La 'Otra mitad' es un organismo. La presencia de la 'Otra Mitad' es un organismo separado, unido a tu sistema nervioso mediante una linea aérea de palabras, puede ser demostrado experimentalmente […] Desde la simbiosis al parasitismo, hay un corto paso. La palabra, ahora, es un virus. El virus de la gripe quizás fue alguna vez una sana célula pulmonar. Ahora es un organismo parasítico que invade y daña el sistema nervioso central. El hombre moderno ha perdido la opción del silencio. ¡Intenta detener el discurso sub-vocal! Trata de conseguir aunque sólo sean diez minutos de silencio interior. Toparás con un organismo resistente que te obliga a hablar. Este organismo es la palabra” (The Ticket that exploded, 1962). 




Y, por otra parte, Hebe Tizio nos anuncia que “el órgano fuera-de-cuerpo existe para la niña también como el cuerpo de goce que excede la representación de los límites del cuerpo”. Resulta que para su goce, para sentir, para disfrutar de la vida, de esa vida propia del ser humano, el ser de palabra necesita de ese órgano-virus. Y hace con él muchas cosas para... ¿domesticarlo? Sí, en parte. O también todo lo contrario, como la niña de la imagen nos muestra: parece dejar que eso la conduzca más allá de los límites de lo esperado, al menos un poco más allá... todavía. Se trata de la imagen de una niña tomada en Mawlynnong, en la India. Dicen que allí hay una de las pocas culturas matrilineales que existen, donde las mujeres, ¡incluso las niñas! mandan. Al menos eso dice la fotógrafa alemana que hizo un bello reportaje fotográfico allí (goo.gl/H5twpC) y añade que en ese lugar ellas, las niñas, gozan de una libertad extrema en sus juegos, en los que desarrollan una imaginación desbordante. Miradla. ¿No os recuerda a la imagen de Santa Teresa en la escultura de Bernini, comentada por Lacan en el seminario Aún, que en su misma convulsión parece tratar de atrapar un goce que la rodea? 

Lo hablamos este lunes con Marta Serra y Hebe Tizio.

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