martes, 12 de mayo de 2015

El cuerpo afectado

Texto para el Cursus de la Biblioteca del Campo Freudiano de Barcelona: "El cuerpo en psicoanálisis" (2015)

Vamos avanzando en nuestro múltiple recorrido por el cuerpo. Que por fuerza tiene que ser múltiple, debido a la diversidad de registros en los que la experiencia del cuerpo se da en el ser hablante.
Le llegó el turno a los afectos. El término mismo, entre la noción del “ser afectado” y la de “efecto” de alguna otra cosa – dualidad que tendremos que situar – nos da algunas indicaciones preliminares.
El último día estuvimos hablando del cuerpo imaginario, ese que se construye a partir de su imagen unificada en el espejo o en la imagen del otro, y que constituye la matriz primera del yo. Sin embargo, la paradoja es que este fundamento de la propia personalidad, por su propia naturaleza imaginaria, está un poco bajo sospecha para el propio sujeto. Efectivamente, la imagen muestra, pero también oculta, aunque no siempre se sabe qué. Y el ser hablante busca, a veces desesperadamente, indicadores de algo más verdadero, alguna guía para orientarse más allá de las potenciales falacias de la imagen de sí de la que, por otra parte, no puede prescindir.
Así, no es raro que alguien se pregunte, frente a cierta experiencia de la vida – el amor, alguna muerte, el éxito o el fracaso – por lo que “verdaderamente siente”. Y alguien puede preguntarle a otro: “¿Qué sientes?” – pregunta a veces difícil, incluso comprometida, que no siempre se sabe cómo responder. Resulta entonces que los afectos, los sentimientos, tienen un lugar bien ambiguo, pues por un lado son convocados como índices de una verdad siempre fugitiva, pero por otro lado ellos mismos parecen ser objeto de demasiadas dudas, de interrogantes a veces angustiosos.
Una cosa es cierta: sea como sea, cuando alguien se pregunta qué siente, de algún modo se vuelve hacia su cuerpo, desplaza su misma pregunta hacia él, como si allí se encontrara el secreto – del mismo modo que antiguos augures consultaban los planes de los dioses en el camino de las aves en el cielo.
En esto el psicoanálisis se enfrenta a toda una psicología que da por supuesto el lugar de los afectos en una escala evolutiva que va, desde la simplicidad de las estímulos negativos y positivos en la relación más elemental del individuo con el entorno, hasta una elaboración secundaria – con el concurso de una racionalización – que daría lugar a los “sentimientos”. En estos últimos, una serie de operaciones cognitivas se superpondrían a las respuestas más inmediatas e irracionales, de raíz biológica. Incluso en algunos casos se admite que estas racionalizaciones pueden incluir, en el colmo de la sofisticación de nuestra especie humana, consideraciones de orden ético.
Pero viene Lacan y nos advierte que los sentimientos, como indica su propio nombre, “mienten”. Añade que la angustia – esa que toda una psicología denuncia como una respuesta equivocada a un peligro inexistente – es el único afecto que no engaña. Y, para acabar de complicarlo, dice también en algún lugar que la tristeza es un pecado. Parece, entonces, que el psicoanálisis lacaniano, según su costumbre, toma las cosas completamente del revés respecto de lo que una psicología del “sentido común” parece establecer.
Aunque, desde el punto de vista de cierta psiquiatría biológica, quizás no habría que preocuparse tanto, ya que al fin y al cabo la cosa se explicaría fácilmente con la oxitocina (“hormona del amor”), la adrenalina, la serotonina, el cortisol y otras supuestas claves de lo que sentimos.
Veamos entonces lo que Freud y Lacan tiene que decir al respecto. Seguro que encontraremos algunas claves sobre lo que significa “sentir”.


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